Sunday, May 20, 2012

Election [Alexander Payne, 1999]

Election

El año 1999 para muchos es equivalente al 39 en términos de la marca, del punto de inflexión que significó para Hollywood como industria.

1939 fue el año de Gone with the Wind, de The Wizard of Oz, de Stagecoach, de Mr. Smith Goes to Washington, de Ninotchka, de Young Mr. Lincoln. Parece una colección curada de obras maestras de cada género: épico, fantasía, western, drama, comedia romántica, biopic. Es un año en el que Hollywood definió su status como fábrica eficientísima de entretenimiento de alto nivel. Entretenimiento que ya  podía hasta considerarse arte.

El 99 representa algo similar, el año en que inicia un nuevo Hollywood. Es fácil clasificar y etiquetar corrientes a posteriori, pero en este caso fuimos partícipes de un nuevo movimiento mientras sucedía. Es el año de The Matrix [la reinvención del blockbuster de efectos especiales], de The Blair Witch Project [el descubrimiento de internet como nueva herramienta para crear fenómenos], de The Sixth Sense [el twist ending como estrategia de hype], de Fight Club [un nuevo cine de culto], de American Beauty [el inicio de la comercialización del cinismo light para masas], de Toy Story 2 [la consolidación de la animación CG como nueva tendencia], de Magnolia [el nuevo cine de autor], de Eyes Wide Shut [el fin del otro tipo de cine de autor].

Pero entre todas esas, casi desapercibida, apareció una comedia pequeñita producida por MTV llamada Election, uno de esos rarísimos accidentes felices en los que todo salió bien.

Disfrazada de teen comedy tradicional, y curiosamente eligiendo como protagonista a un actor producto de ese tipo de cine [Ferris Bueller’s Day Off], Alexander Payne crea la sátira más ácida y astuta sobre los entramados de un proceso electoral.

En aquel entonces era muy pronto para identificarlo, pero con tres películas desde entonces, Alexander Payne tiene una idea muy clara de la comedia como ejercicio de schadenfreude: sus personajes masculinos son fracasados con ínfulas de grandeza a los que no les sale nada bien y hacen el ridículo en todo momento, parece señalarlos con el dedo para que nos reíamos de ellos. Pero esto no es nada nuevo, desde el cine mudo hemos aprendido a reírnos del que falla y se cae, pero creo que más que por burlarnos, nos reímos porque es fácil simpatizar con el que fracasa, porque todos hemos pasado por eso y nos identificamos de inmediato, y ahí el éxito de la comedia de Payne. Una comedia no basada en el absurdo, sino en situaciones reales mostradas en toda su crueldad.

En Election utiliza esta técnica para burlarse de absolutamente todo en el absurdo que representa un proceso electoral escolar. Basándose en una novela de Tom Perrotta, el mismo autor de Little Children, Payne y su co-guionista Jim Taylor convierten lo que sus protagonistas ven como una tragedia social, en una [como diría Woody Allen] comedia de costumbres.

Un proceso electoral compuesto por la cerebrito que representa los ideales que los norteamericanos ven en sí mismos llevados al paroxismo, el imbécil popular con suerte, y la que llega al proceso para mostrarlo como el ridículo que es. Todos comandados por el personaje emblemático de Payne: un fracasado que cree estar por encima del proceso que dirige y los que participan en él, pero que el fondo es peor que todos. Jim McAllister odia a Tracy Flick porque sabe que se convertirá en todo lo que él desea, que tendrá todo lo que él nunca tendrá, y justifica sus acciones al ver a Tracy como un monstruo que debe ser controlado antes de que crezca. “Fuck me, Mr. McAllister” le dice Tracy en una de sus fantasías mientras trata de embarazar a su esposa, y precisamente eso es lo que hará.

Ningún personaje está a salvo de la burla, y Payne se los despacha a todos con gusto, pero nos deja algunas cuestiones a nosotros como audiencia para decidirlas. El uso del voice-over es un recurso interesante, le da literalmente una voz a cada realidad, y Payne lo utiliza como una excelente herramienta de desarrollo de personajes. Cada realidad como es  narrada por cada personaje contradice la otra, y con esto Payne logra crear una textura narrativa de perspectivas cambiantes y de ambigüedad moral. En una escena al principio, Mr. McAllister pregunta qué es la diferencia entre moral y ética, y a partir de ahí, ese se convierte en el eje temático de toda la historia, en qué nadie sabe la diferencia.

Es raro encontrarse con una comedia estilísticamente interesante, pero Alexander Payne es un director que creció con Fellini y la Nouvelle Vague, y aquí experimenta con muchos trucos: flights of fancy, superposiciones, secuencias rodadas en 16mm, sweep shots, el uso del rear projection en una secuencia onírica, y el grito de los indios de Morricone. Nunca ha hecho nada igual.

Volviendo al que se ha convertido en el arquetípico personaje masculino de Payne, en Election vemos su nacimiento. Payne parece obsesionado por los miedos latentes en la psiquis masculina a punto de entrar a la tercera edad -- la frustración de los sueños no alcanzados, los deseos sexuales nunca cumplidos, la envidia por el que tiene lo que uno desea, y si sigo no termino. En Matthew Broderick encontró al actor perfecto para encarnar ese desencanto paralizante de estar atrapado entre la promesa de la juventud y la realidad del presente. Broderick parece un niño viejo, y su trabajo como maestro es un vínculo con esa juventud llena de potencial que nunca se rompe, pues cada año comienza de cero nuevamente.

Tanto para Payne como para el autor del texto original, la única diferencia entre las elecciones escolares y las políticas es la edad física de los que participan ellas. Y digo física, por que la mental es exactamente la misma. Igual son las mismas las mismas puñaladas por la espalda, las mismas trampas, la misma guerra sucia.

En sus películas, Payne quita el poder a ese hombre débil y neurótico y lo entrega a la mujer, y en parte de ahí surgen las acusaciones de su misantropía a su cine [que en el caso de The Descendants sí son válidas, pero ese es otro tema]. De nuevo, Tracy representa el recordatorio de su patetismo y el fracaso de sus ambiciones, y por eso hay que destruirla a toda costa.

Y también porque Tracy Flick representa a todos los políticos. Su empuje desmedido por alcanzar lo que desea sin importar a quién se lleve de encuentro es algo que vemos a diario. Su discurso apasionado sobre mejorar las condiciones de la escuela y sus estudiantes es pura demagogia para servir un interés superior, internalizado a un punto tal que ella misma ya se lo cree. Su deseo es ganar la presidencia porque es un vehículo de beneficios personales. La presidencia de la escuela es un logro más para abultar su curriculum, para ser aceptada en una escuela Ivy League, para escalar socialmente, para dejar de ser la rara y ser aceptada.

Igual que los honorables por los que votaremos hoy.

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