Grand Theatre Lumière, sala principal del Palais.
Por mucho, el mejor día hasta ahora.
Primero porque llovió solo por media hora, comí sentado, hubo sol casi todo el día, y una temperatura perfecta de 23°.
Segundo, porque de cuatro proyecciones, me tocaron tres cintas maravillosas como películas y como experiencias cinematográficas inmejorables, al tener la oportunidad de verlas en salas de cine majestuosas, en pantallas gigantescas, y con la mejor calidad de proyección y sonido que existen.
Tercero, porque el reconocido crítico argentino Diego Lerer me invitó a formar parte de la encuesta de críticos internacionales que están cubriendo Cannes, la cual puede verse aquí.
La película a la que di mayor puntaje, es la primera de este grupo, y la mejor que he visto hasta ahora en mi tiempo en la Croisette --
Tian Zhu Ding/A Touch of Sin [Jia Zhangke, 2013] – Sección Oficial en Competencia
Una de las mejores experiencias que me llevo de este viaje es el chance de haber conocido a Jia Zhangke.
Por puro accidente, desayunando en el restaurant del Hotel Majestic, reconocí su rostro de inmediato, y me acerqué a hablarle de mi admiración por dos grandes películas suyas como Platform y Still Life. Me dijo con franqueza que no tenía idea dónde quedaba la República Dominicana, y con la misma franqueza le dije que la única manera de acceder a su cine de ese lado del mundo es, lamentablemente, a través de la piratería. Rio amablemente y me dijo que estaba consciente de ello, tanto, que dentro de su propio país también lo es. Eso unido a que tampoco goza de mucho apoyo por parte de las autoridades culturales locales por el tratamiento poco complaciente que da a la situación actual de su país. Me contó que el proyecto de sus sueños es una película [cuyo guion incluso ya tiene terminado] de espías con los comunistas y el Kuomintang como protagonistas, pero tuvo que abandonarlo cuando la censura quería obligarlo a retratar a los espías comunistas como los héroes de la historia.
Una de las puntas de lanza del cine de vanguardia asiático, Jia es uno de los autores consentidos del mundo de los festivales, y visita Cannes ahora por tercera ocasión.
El hilo conductor de su cine [particularmente en 24 City y en Still Life, esta última todavía su película más reconocida] ha sido hasta ahora retratar los profundos cambios que está experimentando China con la entrada de un nuevo orden y modelo económico durante las últimas dos décadas. Se ocupa primordialmente de observar cómo estos cambios han ejercido una presión enorme en los más pobres, particularmente en los trabajadores emigrantes. Como se observa también en el excepcional documental Last Train Home, la mayor parte de la mano de obra en las grandes ciudades chinas se desplaza desde las provincias más pobres, y la desigualdades son tan grandes, que estos individuos llegan a sentirse como extranjeros dentro de su propio país.
Los choques [literales y simbólicos] entre estas dos Chinas componen el eje central de A Touch of Sin, una película de absoluta ruptura dentro de su filmografía. Esto último porque hasta ahora, en su cine el diálogo entre esas dos realidades era pacífico, y podría decirse que hasta de resignación ante lo inevitable, pero aquí en este enfrentamiento las principales armas son la respuesta contundente y la violencia.
Contada en cuatro historias paralelas, Jia afortunadamente evita caer en los lugares comunes de películas corales llenas de trampas como [por citar el peor de los ejemplos] Babel. La violencia es el factor común entre todas las viñetas, y es esencial para demostrar el efecto devastador que produce la creciente y abismal diferencia de clases en China, que según esta visión que sin duda causará gran controversia allá, está dividida entre ricos y corruptos, y pobres y oprimidos. Aquí la justicia, aunque se persiga como primera instancia, no existe, y la única forma de enfrentarse al opresor es con acción violenta.
Jia presenta claramente que este modelo de [por llamarlo de algún modo] comunismo liberal está diseñado para explotar al más débil – dejando comunidades desoladas a merced de funcionarios corruptos, y limitando las opciones de los más jóvenes a unirse al aparato productivo voraz, o a prostituirse y hasta cometer el suicidio.
Según el propio Jia, este es su película de artes marciales contemporánea, en la que como sucedía en la China feudal que tantas de estas películas retratan, el hombre común en franca desesperanza se levanta ante la injusticia.
Soshite Chichi Ni Naru/Like Father, Like Son [Hirokazu Koreeda, 2013] – Sección Oficial en Competencia
En el cine actual quedan ya muy pocos directores verdaderamente humanistas, y los que quedan son mofados por una corriente de cinismo que ya lo arropa todo, empezando por la crítica cinematográfica. Humanismo que lamentablemente ya es sinónimo de cursilería y manipulación.
Uno de esos observadores humanistas, el mejor de todos los vivos/trabajando activamente, es Hirazu Koreeda. Las comparaciones son odiosísimas, pero en el caso de Koreeda, por nacionalidad y sensibilidad, la comparación con el que quizás es el más grande de esos humanistas/observadores sociales –Yasujiro Ozu– se escribe sola.
Como todo su cine, el punto de partida de Like Father, Like Son es tan simple, que surgen dos preguntas: por qué a nadie se le había ocurrido antes, o si ya se ha hecho. Dos familias, una adinerada y otra no, reciben la noticia de que sus hijos de 6 años fueron intercambiados el día de su nacimiento en el hospital. ¿Qué hacer ahora? ¿Intercambiarlos? ¿Que una de las dos familias se quede con ambos? ¿Dejar las cosas como están?
Una historia que se presta a la perfección para la manipulación y la cursilería que mencionaba al principio, es manejada con naturalidad y humor en dosis correctas. El drama inherente en una situación como esta, incrementado por la diferencia de clases y de actitudes entre las dos familias, permiten que Koreeda despliegue con maestría sus mejores dones de narrador – su gracia y su toque gentil. Igual que su optimismo, su sentido del humor, y su visión de la familia como unidad, tema que ha convertido en el más recurrente de su filmografía.
Por fortuna, a Koreeda no le interesan ni los escándalos ni entramados legales que conllevaría un proceso como este. Su ocupación central es presentar el enorme trabajo que significa ser padre, biológico o no.
Frank Capra aprobaría, y Spielberg como presidente del jurado seguro que también.
The Selfish Giant [Clio Barnard, 2013] – Sección Quinzaine des Réalisateurs
A esto es que se viene a Cannes, a descubrir joyas escondidas. Las secciones paralelas del Festival como la Quinzaine des Réalisateurs son minas para este tipo de encuentros.
Basada muy libremente en el cuento infantil homónimo de Oscar Wilde, Clio Barnard [un nombre que no puede sonar más francés, pero no lo es], directora del notable y casi inclasificable documental The Arbor, transforma la prosa de Wilde en poesía gritty. Tan gritty que hasta se acerca a una problemática local que no tenía idea que existía en una sociedad tan avanzada de la nuestra.
Arbor y Swifty son dos niños que viven en un barrio muy pobre de una ciudad aparentemente de Escocia. Arbor es un cañon suelto, y Swifty un santurrón, y probablemente por eso hacen tan buena química. Por su actitud combativa, Arbor es finalmente expulsado de la escuela, lo que ve como un triunfo, y se ve en la necesidad de buscar oficio para apoyar a su madre. Eso oficio es, nada más y nada menos, que el robo de cables para extraerles y reciclar su cobre. Su cliente es el dueño de un taller de chatarras sin muchos escrúpulos que vendría a ser la visión contemporánea del gigante creado por Wilde.
Lo que más sorprende de este relato es la capacidad de Barnard para crear una belleza descomunal aún en las condiciones de precariedad y el ambiente decadente e inhóspito en el que se desarrolla su historia, apoyada simplemente en la relación de dos niños que se necesitan el uno al otro para sobrevivir.
Arbor es un sobreviviente que se rehúsa a dejarse vencer por unas condiciones más fuertes que él, y contagia a su amigo a compartir esa determinación y resiliencia, a crecer a la fuerza.
Barnard parece haberse empleado a fondo estudiando muy bien el cine de los Dardanne, y su primer proyecto como directora de ficción es una película de una honestidad extraordinaria que comparte vasos comunicantes importantes con el cine de esos maestros belgas, el primero de ellos siendo el negarse y evitar a toda costa romantizar la precariedad y convertir su historia en misery porn.
El resultado es un relato coming-of-age conmovedor, en el que cada emoción es ganada a pulso, y que resulta auspicioso de una carrera brillante para su directora. Bravo.
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