L’heure de été [Summer Hours]
Dir. Olivier Assayas, 2008 | Francia
Au revoir, Hélène.
Olivier Assayas es uno de los directores franceses contemporáneos más importantes, pero por alguna razón, su nombre no genera mucho reconocimiento por estos lados.
Recuerdo que la primera película suya que ví fue la fascinante Irma Vep, protagonizada por su esposa y musa de ese entonces, la exquisita Maggie Cheung. La segunda fue la rimbombante Les Destinees Sentimentales, un interminable dramón épico de 3 horas, con un par de temas interesantes sobre la familia y los lazos que unen a sus miembros, temas que Assayas revisita con más éxito y convicción en la joya que hoy nos atañe.
Hélène, interpretada con elegancia sin igual por la inolvidable Edith Cob de aquella obra maestra del terror Eyes Without a Face, es la matriarca de una familia separada por las circunstancias, no por falta de cariño ni ganas. Una bon vivant consagrada, que vive en la campiña francesa rodeada de la naturaleza y la riqueza artística – pinturas impresionistas de Corot, una escultura de Degas, armarios y escritorios de Majorelle – que su tío Paul Berthier le legó.
Sus tres hijos se han enrumbado por caminos diferentes, dos de ellos alejados de Francia. Hélène desearía que visitaran más, pero así son las cosas. La familia se reúne todos los años en agosto para su cumpleaños, y hay un sentimiento ineludible de que este puede ser el último.
Considerando que es el único que aún vive en Francia, Hélène se acerca a Frédéric con instrucciones de cómo se repartirá su riquísima colección de arte. Aquí no hay llanto ni excusas para sacar los violines, Hélène sabe que la muerte es un paso natural, y la suya ya la observa acercándose.
Según cuenta el propio Assayas, Summer Hours es una extensión de su “trilogía internacional” [Clean, Demonlover y Boarding Gate] en la que pretende retratar los efectos de la globalización desde el punto de vista de individuos o grupos específicos.
En la visión de Assayas, la globalización ha hecho al mundo más pequeño, pero los que lo habitan ya no tienen tiempo ni para hablarse cara a cara. Aquí uno de los hijos vive en China fabricando zapatos Puma baratos, el legado de su madre deberá ser sacrificado para sostener su nuevo estilo de vida en Shanghai. Otra hija que vive en New York, en un momento clave declara con un dejo de derrota en su voz que cada día tiene menos cosas que la aten a Francia.
Frédéric intenta mantener la casa como el santuario que es, como el único vínculo que puede mantener a la familia unida, pero ya es imposible. Finalmente desmantelada y ya una simple sombra de su esplendor pasado, la casa ahora es invadida por jóvenes sin identidad, sin raíces, sin saber a qué o a dónde pertenecen.
Comisionado por el Musée d’Orsay, Assayas construye un retrato familiar íntimo que desborda frescura, con un discurso minimalista pero contundente sobre la pérdida, los lazos familiares, el relevo inevitable de una generación a otra, cómo aquellos objetos materiales que poseemos terminan siendo una extensión de nosotros mismos, y, por supuesto, la importancia de los museos. En una escena, Assayas nos obliga a cuestionarnos el valor de un florero de Bracquemond que tanta felicidad trajo a Hélène, pero que ahora se encuentra sin flores en un frío escaparate de museo al que todos pasan de largo sin reparar en él.
Sería muy fácil reducir a Summer Hours a un retrato nostálgico, a una declaración de “cualquier tiempo pasado fue mejor”, pero Assayas simplemente nos muestra que la vida es esta, que no se detiene, y que el pasado igual puede vivir en el armario de una casa, en una exposición en un museo, pero que en ningún otro lugar vivirá mejor que en la mente y el corazón de quien lo vivió.
Absolutamente formidable. Una de las mejores películas del año y ganadora del premio a la Mejor Película de la XI Muestra de Cine de Santo Domingo.
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